Narrar historias es algo que vamos desarrollando desde pequeños, se convierte en nuestra esencia y forma parte de lo que somos. Constantemente estamos contando historias o anécdotas de lo que vivimos en nuestro día a día, haciendo que, aquellos que nos escuchan se interesen y se sientan identificados con ellas.


Pero ¿cómo aprendemos esta singular habilidad?


Los primitivos lograban comunicarse a través de pinturas jeroglíficas que plasmaban en las paredes de sus cuevas, de allí que aún después de décadas sigamos teniendo información sobre su estilo de vida. Esto quiere decir que relatar historias es parte de nuestra naturaleza.


Desde entonces utilizamos cualquier medio para contar historias: películas, novelas, libros, canciones y por supuesto, la publicidad.


Ahora, todos conocemos personas que son unos verdaderos profesionales contando historias y, también por allí tenemos a alguien que no es tan bueno haciéndolo. De igual forma escuchar historias es algo que nos encanta, especialmente cuando son genuinas.


¿De dónde surge tanta fascinación por las historias?


Según estudios de neuromarketing, nuestro cerebro segrega dopamina cuando escuchamos una historia, eso hace que entremos en estado de placer y relajación, efecto que nos lleva a recordar este hecho por mucho más tiempo.


Es imposible no acompañar a Harry Potter cuando atraviesa una de sus tantas aventuras o vernos reflejado en Santiago, el protagonista del alquimista, cuando este inicia una travesía hacia su crecimiento personal y espiritualidad.


Una buena historia inspira, identifica, crea emociones y conecta nuestro sistema imaginativo con la acción, patentando un recuerdo casi de por vida.
Por ello, muchas empresas han decidido utilizar esta estrategia para personalizar su marca e interactuar con sus potenciales clientes, porque interviene en las emociones y en los sentidos.


En la publicidad podemos utilizar la historia para contar de forma agradable quiénes somos, a qué nos dedicamos, cuáles son nuestros valores, productos, servicios y muy especialmente, qué tenemos en común con nuestros clientes.


Las historias hacen que aquellas personas que no conocen nuestra marca, quieran conocerla y ser parte de ella. Las historias pueden generar email marketing, páginas principales de una web, redes sociales, blog, introducción de un speech de ventas que sean de real interés para lectores y escuchas.
El objetivo es llamar la atención, buscar que formemos partes de las historias, que sintamos lo que siente el protagonista, de involucrarnos en el relato y desear poder llegar hasta el final.


¡Eso sí! Una historia para que sea buena debe tener un final feliz. En la publicidad las historias con un final positivo son las que venden o llevan a cualquier otra acción, de ser diferente, solo generaría un efecto contrario.


Por eso, debemos enfocar el contenido de nuestra marca para que sea inspirador, emotivo, lleno de aprendizaje y experiencias, pero de una manera optimista.


Desde el #TeamJoaquina te recomendamos un par de puntos para que hagas de un contenido que parezca simple y aburrido una gran historia:


Nuestro cliente potencial debe ser el protagonista de la historia o por lo menos, alguien con características, necesidades y deseos parecidos a los de él o ella.


Un conflicto o problemática al que realmente puedas darle solución. En este caso, si es demasiado fácil no será creíble, y si es muy difícil, puede generar demasiado estrés en el escucha o lector, haciendo que este pierda el interés en el relato.


¡No olvides el desenlace de la historia! este debe ser feliz, sin puntos abiertos ni confusiones ¡este es la guinda del pastel!


Además te aconsejamos que, al realizar una historia la hagas lo más real posible, que en algún momento coincida con lo que es tu marca. Las personas saben diferenciar entre algo genuino o lleno de ficción !así que ojo!